Bien. Llegados a este punto es hora de pronunciarse sobre el tema. Pero antes de nada tengo que contaros una historia. El otro día salí a cenar con unas buenas amigas por Madrid a uno de los sitios más de moda de la ciudad..¡claro que sí! ¡teníamos cosas que celebrar! ..aunque nos costase coger mesa una hora y pico y cenar dos hojas de lechuga y una croqueta cada una.
Nos contamos las novedades, criticamos a los hombres desde todos los puntos de vista posibles y tras dos cervezas (y media) llegamos al día de San Valentín. Como mujeres independientes, racionales, inteligentes y nada absurdas, dijimos sin dudarlo un sólo minuto que «¡¡vaya tontería más tonta esa del Día de los Enamorados!!¡¡yo paso!!«. Claramente, esa opinión nos duró poco más de diez segundos cuando admitimos que en realidad molaría muchísimo que nos llegara un ramo de cincuenta rosas rojas y una tarjeta de un admirador a casa o al mismísimo trabajo.
Pues bien. Un clásico femenino «Sí, pero en realidad NO», un típico «No me pasa NADA«, o un genuino «tú sabrás, a mí me da igual«… Sin ánimo de caer en topicazos, y mucho menos, sin intención de tirar piedras sobre mi propio tejado o desvelar aquí mismo «el secreto», es cierto que a veces somos un poco absurdas. Y esta puede ser una buena prueba.
El Jueves
Llegué a Huelva pensando que, aunque caiga en lo absurdo, a mí este año me apetecía apuntarme al carro y hacer una receta que inspirase amor, tontería, San Valentín y romanticismo comercial: galletas en forma de corazón, magdalenas con forma de corazón, bizcochos con forma de corazón… Y de repente caí en la cuenta de que la repostería tradicional, trabajada, con sus tiempos de levado, de reposo, de frío, de calor, sus ingredientes de primerísima calidad… es mucho más parecido al amor que lo de echar colorante artificial o amoldar para darle forma de corazón a algo que naturalmente no la tiene.
Así que no me costó mucho llegar a la receta que os traigo hoy. Lo cierto es que llevaba un tiempo queriendo aprender a hacerlos porque creía que iba a ser algo difícil de conseguir, como el amor, y porque resulta ser la receta perfecta para hacer a quien mande las cincuenta rosas rojas por San Valentín al mismísimo puesto de trabajo. Así que va por mis lectoras con suerte. Bien merece cincuenta rosas esta panda de veinticinco croissants, por cierto.
Ingredientes para la masa madre
- 110 ml. de leche entera
- 25 gr. de levadura fresca de panadería o dos sobres de la seca
- 170 gr. de harina de fuerza
Ingredientes para el resto de la masa
- 340 gr. de harina de fuerza
- 80 ml. de agua
- 1 huevo
- 80 gr. de azúcar
- 5 gr. de sal
- 250 gr. de mantequilla sin sal de primerísima calidad
Preparación
La preparación de los croissants no es demasiado difícil. Hay que aprender a hojaldrar, que básicamente es hacer que la mantequilla no esté integrada en la masa como habitualmente, sino intercalada en pequeñas capas.
En primer lugar, para preparar la masa madre, en un bol echamos la harina tamizada y la levadura (si es de sobre, mezclamos bien, y si es de la fresca, deshacemos con los dedos), echamos la leche y amasamos. Debe quedar una bola compacta. En otro bol con agua templada (que no notemos ni frío ni calor), echamos la bola y dejamos que crezca de tamaño y empiece a flotar. Tardará de 15 a 20 minutos.
Mientras tanto, ponemos el taco de mantequilla sobre film transparente extendido sobre la encimera y lo tapamos también con el film, como si fuera un libro. Una vez así, con el rodillo, extendemos la mantequilla hasta dejarla con un grosor de 10 mm. Es como si forrásemos una cartulina de mantequilla con film transparente. Guardamos en el frigorífico mientras preparamos el resto de la masa.
En otro bol, batimos el huevo, incorporamos el agua, la sal y el azúcar y la harina tamizada y amasamos durante 15 minutos. Posteriormente, incorporamos la masa madre anterior como un ingrediente más. Amasamos durante otros 15 minutos. Dejamos levar la masa en un lugar cálido durante dos horas en el bol y tapada con un paño húmedo. Antes de que acabe el tiempo de levado, aprovechamos para sacar la mantequilla extendida del frigorífico para que tenga algo más de temperatura.
Ahora es el momento de hojaldrar.
- Extendemos la masa con forma de un rectángulo (más grande que la cartulina de mantequilla) sobre la encimera con un grosor de 10 mm. Dividimos mentalmente el rectángulo en tres partes. Ponemos la mantequilla extendida sobre una de las partes del rectángulo (la de en medio), siendo posible cerrarlo con una de las partes de masa que queda sin cubrir de matequilla y después con la otra (como quien cierra una carpeta). A esto se le llama doblez. Una vez hecho esto, se mete en el congelador forrada con film durante 30 minutos.
- Pasado este tiempo, la sacamos del congelador y extendemos la masa con el rodillo en la misma dirección, haciéndola más fina (10 mm.) y repetimos el proceso de doblez. Dividimos mentalmente la masa en tres, doblamos hacia el centro una de ellas y luego la otra. Nuevamente, en este punto doblamos la masa otra vez a modo de libro (son dos dobleces, por lo que se verían como cuatro partes de masa de perfil). La metemos en el frigorífico durante 30 minutos.
- De nuevo, se repite el paso anterior. Sacamos del frigorífico y con el rodillo extendemos la masa, con el rodillo en la misma dirección la hacemos más fina (10 mm.) y hacemos un nuevo doblez, pero esta vez simple. Lo llevamos al frigorífico y lo dejamos durante otros 30 minutos.
- Pasado este tiempo, se extiende la masa sobre la encimera (que es aconsejable que esté fría) y se extiende con el rodillo hasta hacerla de 10 mm. de grosor. Quedará como un rectángulo mucho más largo. Con el cuchillo, se hacen triángulos del mismo tamaño para hacer los croissants. Se hace un pequeño corte en la base, se separan las puntas (lo que serían los cuernos) y se enrolla el croissant desde la base hasta la punta.
Ahora, ya colocados en las bandejas (con bastante separación entre sí, porque crecen bastante), los dejamos reposar en un lugar cálido durante dos horas. Crecerán algo menos del doble de su tamaño.
Precalentamos horno a 175ºC. Una vez con la temperatura deseada, se hornean durante 17 minutos arriba y abajo. Como suele pasar con estas cosas, cada horno es de su padre y de su madre. Para guiaros sobre el tiempo que deben estar en el horno, mirad el aspecto en que os los comeríais. Deben quedar tostaditos por fuera y suaves por dentro.
Que San Valentín será un invento, pero tras mucho pensarlo y con la idea de ser cada día un poco más coherente, a mí me parece genial celebrar a nivel mundial lo que sea, pero personalmente prefiero los detalles inesperados, las rosas cuando sea (a veces basta con una) y las declaraciones a diario.
Después de todo este rollo, no me voy sin dedicar la receta, por una parte, a las locas con suerte que reciban cincuenta, veinte, doce rosas de sus inteligentes chicos en este día. Y, por otra, como no, a los locos enamorados que deciden sobre la marcha detalles románticos, tontos, comerciales y absurdos para sus desquiciadas chicas racionales, independientes y seguras.
¡Feliz día a todos! (estéis o no enamorados)